Utopía

Justicia. Al fin.

Ese era mi pensamiento en estos momentos de mi vida. Esa era la realidad que siempre deseé y que ahora se estaba cumpliendo. Aquellos injustos y criminales estaban pagando las consecuencias de sus actos, aquellos que en su momento se regodeaban en la debilidad del otro, en la audacia que creían tener, en la seguridad de que nadie los atraparía. Todos ellos desapareciendo. Era hora de celebrar.

Dios estaba en el mundo, había venido con el objetivo de juzgar, y crear una sociedad humana mejor. Y claro está que por poder divino. Lo estaba logrando y con creces.

La criminalidad había desaparecido en casi toda su extensión, no había guerras y los gobiernos ya no debían de preocuparse de la seguridad. ¿En que derivaba esto?

En el hecho de que las personas ahora se preocupaban de otros problemas. No había guerras, por lo que el dinero que durante siglos había sido destinado a ese rubro por fin era utilizado para combatir causas nobles. Una mejor educación, la pobreza, mejores instalaciones sanitarias, el buscar formas de nuevas energías que no contaminen el medio ambiente… el, en otros sentidos, mejorar la humanidad.

Así avanzaba. Así comenzaba a surgir una nueva era, en donde las personas podían vivir tranquilas y trabajar de forma justa.

Se estaba logrando todas aquellas utopías que en un tiempo no fueron más que eso: cosas imposibles.

Y no había otra figura sobre la tierra que pudiera generar tal cosa como Dios.

En los comienzos de esta nueva era, cuando Kira no era más que simples rumores, yo me encontraba en el primer año de mi carrera.

Mi madre siempre me alentó a ser bueno, pero al final, mientras yo intentaba de concretar esto, fue ella misma la que me hizo querer perder la esperanza de que lo que yo quería lograr era posible. Toda la vida luchando, poniendo día a día mi grano de arena para poder generar así lo que en estos momentos ocurría. ¿Tanto tiempo perdido luchando contra las adversidades?

Mi cabeza no paró de pensar y a las conclusiones que llegué fue que ella solo era otra de las contrariedades de la vida. Sí las personas no tenían esperanza, si hacían caso a ese tipo de consejos… daba como consecuencia los problemas que teníamos. Por eso no progresábamos, por eso nos encontrábamos en el estancamiento.

Cuando murió, siempre pensé en la posibilidad de que fuera todo un juego de Dios. Que quizás… fuera una señal.

Pero si así era… ¿Qué papel ejercía yo?

Dediqué toda mi vida a la justicia. Quise lograr un cambio en la sociedad, en poder de alguna forma ayudar a que esto sucediera.

No sé como, pero todos los años dedicados a ellos parecieron dar fruto: Dios me había elegido para poder cargar con su poder, aquel con el que juzgaba a todas aquellas malas personas que no podían apreciar la vida.

No hubo mayor momento de orgullo que aquel en el que sujeté en mis manos el Death Note, y me dispuse a continuar con el trabajo que Dios no podía realizar en aquellos momentos. La posibilidad de efectuar ésta tarea me inundaba de suficiencia, placer y realización.

Cada vez que decía: “eliminado, eliminado, eliminado”, era una persona menos, pero un paso más hacia una utopía ideal, la perfección.